Por Mtra. Alethia Rivas, Coordinadora del Centro Cultural Jurista
La incertidumbre siempre ha sido una bifurcación que ha puesto en el horizonte un camino fértil para nuevos comienzos. Y sin darnos cuenta, estamos en el periodo donde esta misma incertidumbre marca los principios de la era tecnológica, completando a lo humano por medio de la máquina. Crisis en todos los ámbitos, la visibilidad de lo obsoleto del sistema, el grito desesperado que hace la academia por tener una reforma de impacto, el nacimiento de una revolución feminista necesaria y la triste certeza de que las Artes no son un “producto” de primera necesidad, dejando al gremio artístico naufragando en un inmenso mar de olas agresivas que lo azotan contra el viento.
Los seres humanos somos animales de contacto, hemos tenido que sustituir nuestras relaciones por medio de las pantallas —más a fuerza que de ganas— que se anuncian ya parte de nuestra vida, ellas no alcanzan a satisfacer nuestras necesidades primarias, y justo esto pasa con las Artes, no logran subsistir, sino tampoco construyen el medio asertivo para lograr transmitir sus discursos, sus estéticas, su mirada directa con el espectador. Claro, al leer esto pensarán que la industria comercial no ha dejado de tener producciones, artistas reconocidos, espectáculos de empresas con renombre han echado mano de todos sus medios por poner un precedente de una supuesta migración en cómo se harán las actividades artísticas de ahora en adelante, lo que pone en jaque a sectores menores —mucho menores–, en sus medios de producción, donde la minoría resulta ser la más cercana a los públicos de las comunidades, porque para poder ver ciertos conciertos, necesitas tener acceso a ciertas aplicaciones de paga. Hay zonas en donde ni siquiera hay acceso a internet. Y no, el espectador no fue más asiduo a los streamings en vivo de presentaciones artísticas, acortando la dimensión del tiempo y espacio, no se consumió más arte, la brecha fue aún más evidente, no se revolvió el misterio del tema del público.
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Aristóteles creía que el drama era la acción, y se entiende como acción todo lo que implica un proceso de integración para llevar a cabo algo, incluso el pensar. Creo fervientemente que ante toda incertidumbre, siempre es mejor la acción y que la única manera en que exista algo es haciéndolo. Muchos de mis colegas no han parado de accionar, se han adaptado, se han reinventado, han descubierto nuevos talentos que han tenido que desarrollar para no morir, y eso no sólo es resolver, sino también es evolucionar.
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En el marco del primer aniversario del tan querido Centro Cultural Jurista —27 de febrero—, quiero dedicar esta publicación no sólo al espacio, también a todos los artistas que siguen a pie del cañón no por sólo hacer su pasión, sino por dejar claro que el Arte por supuesto que es un “artículo” de primera necesidad. Que tengan la certeza de que es este su propio espacio donde escapamos a ser una institución, somos lo que se necesita ahora: una plataforma para encausar la poesía y la belleza que tiene Cuernavaca en cada uno de ustedes.
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El Arte volverá a la duela, a la galería, al Teatro, a los auditorios, a los espacios urbanos, a los estudios de ensayo, a las ferias del Libro, a los zócalos de los pueblos, a las calles para inundar de vida a los seres humanos. El Arte será presencial y feminista. Y que el cuerpo no se acostumbre a más encierro.
