¿Buenos aguacates?

Daniela Vázquez Jiménez, alumna de Preparatoria Jurista.

Ahí estaba yo, como todos los domingos en el mercado de mi colonia, recordando que tenía que comprar, caminando entre los pasillos y observando todo lo rico que venden en los locales de al lado, el olor de la comida de afuera que, más allá de los muros de concreto de su estructura rectangular, se colaba hasta el centro del mercado.

Nunca he sido buena para hacer las compras, hay quienes con sólo tentar un aguacate saben que está bueno para comerse hoy mismo. Y efectivamente al partirlo en casa tiene un verde muy vivo. Yo no sé cómo hacer eso. Este domingo me han encargado un sinfín de cosas para la comida y, ¡claro!, aparte de los pápalos, rábanos, chicharrón, queso fresco, y demás, me han pedido tres o cuatro aguacates “buenos para hoy”.

Caminando por los pasillos he comparado la mayor parte de los encargos y los he guardado en el carro de papá, excepto los aguacates y el chicharrón. En la verdulería he visto algunos limones que llamaron mi atención por su color encendido, tenían un brillo especial que los volvía singulares, como esos destellos de memoria cuando uno recuerda algo personal de la infancia donde toda luz se confunde con el centelleo de la felicidad. Esos pensamientos ocupaban mi mente cuando me di cuenta de que una señora a mi lado apretaba unos aguacates uno por uno, los apachurraba sutilmente, sin exageraciones. Escogió tres, los pagó y se fue.

Me quedé pensando en que era mejor ir primero por el chicharrón y luego regresar por los aguacates a la verdulería, aunque en realidad son una fruta. Camino a la carnicería donde venden el chicharrón que le gusta a mi mamá iba recordando sus recomendaciones: “sin gordos, delgado, crujiente”, entre otras tantas que mi mente ya no alcanzó a registrar. Pensé de nuevo en los aguacates al escuchar en mi cabeza la última palabra de la larga lista de mi mamá. Suaves, no aguados, los aguacates. Crujiente, no duro, el chicharrón. Los contrastes del presente son quienes nos ligan con el pasado y nos proyectan hacia el futuro. Ese dilema bien podría resolverse con un ejemplo así.

Tuve que esperar turno para comprar, mientras mis sentidos seguían un registro puntual de los colores, sabores y aromas que se arremolinaban en ese espacio tan pequeño que mi cuerpo ocupaba en el mercado. Seguía pensando en cómo escoger los aguacates y que no salgan podridos o duros. Un sonido, más bien un tono, una forma particular de hablar que escucho recargada en la vitrina de la carnicería me regresa a la tierra. Una señora ha preguntado al dependiente: “¿hay chicharrón?”. Una sonrisa se me escapa al escuchar ese acento natural de Morelos en la inflexión de la voz femenina que me daba la espalda. Un acento particular que no escucho de manera cotidiana, pero que siempre llama mi atención; su tono agudo, la velocidad en que lo dijo, incluso confundió al carnicero, quien la miró desconcertado al no entender la pregunta. La señora repitió su pregunta con lentitud pero sin perder el tono, hizo su pedido, pagó y se fue.

Llegó m turno, pedí 70.00 pesos de chicharrón “sin gordos, delgado, crujiente”, como me lo recomendaron, pagué, me di media vuelta, y por el pasillo emprendí el regreso a la verdulería. Frente a la caja de aguacates otra vez las mismas dudas. Intenté tocarlos como las demás personas, de apretarlos con la suavidad necesaria, pero sólo sentía lo rugoso de la cáscara, no muy dura pero tampoco aguada, firme más no frágil, algo así como el paso de la infancia a la adolescencia. Su textura me confundía, igual que me sucede con muchas otras cosas de mi pequeña vida. Me preguntaba si estaría maduro, si se podría comer hoy o habría que envolverlo en periódico para que madurara. ¿Y si al llegar a casa y partirlo está apenas madurando, cómo yo? ¿Y si ya está muy maduro? ¿Será que envolverme en periódico servirá para madurar?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *