Estulticia o de la necedad

La palabra es el hombre mismo. Sin ella, es inasible. El hombre es un ser de palabras.

Octavio Paz

Por Édgar Piedragil

“La caligrafía es un espejo del alma” repetía el Maestro a sus discípulos, mientras sus dedos manchados escribían con trazos nobles en la pizarra. “El hombre, como especie, quedó separado de las plantas, de los ángeles y de los dioses, cuando aprendió a nombrar las cosas de su mundo”, completaba siempre su discurso antes de llegar al margen derecho y recorrer nuevamente, en silencio, los siete pasos que lo separaban de la siguiente línea de tiza blanca.

“Desde la antigüedad la pregunta acerca de la naturaleza del hombre sigue sin responderse. Saber si tiene un alma inmortal o una facultad racional que determina su forma de vida o su manera de relacionarse con el mundo; si es un ser social, un ser político, o un animal sin plumas…”, su voz conservaba aún la musicalidad del seminario donde había estudiado de joven; arrastraba las vocales para enfatizar aquello que debían aprender sus alumnos.

“El hombre es un ser social que establece sus límites y limitaciones, que acepta o rechaza sus responsabilidades, que es libre o esclavo de sí mismo. El hombre es el creador que construye las reglas de su vida. El hombre, desde su nacimiento o creación, conforme al dogma de cada uno de nosotros, ocupa un lugar en el mundo y en ese instante, lo transforma. Quienes nos encontramos hoy, aquí, en este lugar, modificamos nuestra relación con el mundo a través de ser parte de este momento en que las palabras que escuchamos o decimos transforman, mínimamente, la creencia en nosotros mismos. Pasar de la potencia al acto, como querían los filósofos clásicos, es el descubrimiento del lenguaje…”, hablaba al tiempo en que su pensamiento dibujaba en su mente la línea que debía seguir su mano, un trazo que daba dignidad a cada letra del alfabeto, una curva en la vocal que resignificaba el universo, una recta o un ángulo que soportaban el pasado o el futuro, un arco que reivindicaba el presente. Después, guardaba silencio, y volvía a comenzar en la otra orilla de la pizarra.

“En el ser se reconcilian todas las posibilidades del hombre, eso es la imaginación: despliegue total de todas nuestras posibilidades. Por la escritura, el hombre se crea a sí mismo mediante la palabra. Como el hombre, la escritura es la lira y el arco: la lira que consagra y canta al hombre y así le da un puesto en el universo; la flecha que lo hace ir más allá de sí mismo y realizarse…”, afinado el oído por el eco de las cúpulas en los coros de la abadía, con la calma de una ceremonia dejó la tiza en el escritorio, sabía que sus discípulos disculparían su abrupto desvanecimiento.No debían copiar lo escrito, sino aprenderlo. Con líneas atribuladas, con trazos melancólicos, al centro de la pizarra se leía: Existir.

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